La Psicología del Odio: Un enfoque clínico integrador
1. ¿Qué es el odio?
El odio suele considerarse una actitud duradera y estable, más que un estado emocional pasajero. No se dirige tanto a una conducta concreta, sino a una valoración negativa global hacia la persona o grupo, percibida como intrínsecamente dañina o mala.
Desde el psicoanálisis, Freud lo describió como un estado del yo que busca destruir la fuente del sufrimiento, mientras que autoras como Defores destacan su carácter desestructurante y deshumanizador.
2. Odio como emoción vs. actitud
La investigación distingue entre dos formas de odio:
- Odio inmediato: una respuesta emocional intensa y puntual.
- Odio crónico o “sentiment”: una actitud persistente que estructura la percepción relacional a largo plazo.
Este último actúa como marco interpretativo estable y condiciona significados futuros sobre el otro.
3. Funciones del odio en lo intrapsíquico e interpersonal
- Autorreparación y control
El odio puede servir como mecanismo de defensa, el cual, ofrece una sensación falsa de poder y claridad cuando hay dolor o impotencia interior. Además permite encontrar un «enemigo» que hace que se externalice el sufrimiento y refuerce una identidad cohesionada.
- Comunicación emocional encubierta
A nivel interpersonal, el odio puede comunicar frustración, humillación o rabia cuando faltan otros canales de expresión seguros a través de las emociones.
4. Distinción conceptual: odio vs. ira
A diferencia de la ira, que se centra en acciones cambiables y tiene como finalidad la contención, el odio se proyecta en la persona como un todo, sin expectativa de cambio, y su objetivo motivacional es dañar, humillar o destruir, principalmente a la persona que lo mantiene y después a la externa que lo sufre.
5. Bases neuropsicológicas del odio
Estudios neurocientíficos muestran que el odio activa regiones cerebrales como la ínsula, la circunvolución frontomedial y la corteza premotora. Estas áreas se asocian a procesamiento de emociones negativas y la intención de daño.
El odio tiene una dimensión cognitivo-emocional compleja: no solo emerge por eventos específicos, sino que se consolida como una actitud estructurante. En clínica, requiere abordarse desde la comprensión de sus funciones defensivas, su relación con emociones reprimidas, y su potencial para generar sufrimiento sostenido. La psicoterapia permite resignificarlo, validar vulnerabilidad y recuperar recursos de autocuidado y expresión emocional.
